Ladrones De Tinta by Alfonso Mateo Sagasta

Ladrones De Tinta by Alfonso Mateo Sagasta

Author:Alfonso Mateo Sagasta
Format: mobi
Published: 2010-11-29T00:07:04.092000+00:00


49

—Vamos, vamos, niños, Marcela, Lopito, saludad a su excelencia, y usted, Catalina, traiga a la pequeña Feliciana, que la vea su padrino —oí decir a Lope.

Parecía haber encogido. La gallardía de su porte se había desvanecido, se le había hundido el cuello, encorvado la espalda y doblado las rodillas. Había dos hombres con él. Uno era evidentemente el duque de Sessa, fácilmente reconocible por las cicatrices que le cruzaban la mejilla izquierda (una vertical, desde el cuero cabelludo hasta el mentón, y la otra transversal desde la parte alta de la oreja hasta la mitad del labio inferior), recuerdo de un mal encuentro nocturno con el de Maqueda. Aquél era el descendiente lejano de don Gonzalo Fernández de Córdoba, apodado por sus hombres el Gran Capitán, el que tomó Granada, echó a los franceses de Nápoles, dominó Sicilia, liberó Roma y pacificó las Alpujarras, e hijo del que combatió en Lepanto junto a don Juan de Austria. Las cosas han cambiado. Ahora la mayoría de los aristócratas españoles no tienen otras cicatrices que las recibidas en disputas de burdel, garitos y callejones. Los campos de batalla quedaron para rellenar tapices.

Anda este duque por los treinta y cinco o treinta y seis años, casi veinte menos que Lope, y sin embargo ambos aparentaban la misma edad. Tenía aspecto avejentado, y no sólo por la enorme y anticuada gola que llevaba al cuello (es raro ver ya a los jóvenes con ellas, se imponen los cuellos de lechuguilla, mucho más flexibles, o las más modernas y simples valonas) sino por el ceño fruncido y el tono ceniciento de su piel. Su torso es ancho, macizo, casi obeso, aunque bajo las calzas me pareció adivinar unas piernas bien musculadas.

El otro caballero supuse que sería Cabrera, su paje y secretario nocturno, del que había oído hablar como la sombra de su amo.

—¿Qué tal van mis asuntos? —oí preguntar al duque mientras echaba un vistazo desganado a la pequeña que sostenía en brazos la vieja Catalina.

—Precisamente acabo de despachar a Candil con un manojo de cartas de vuestra parte.

—Veo que por fin te avienes a razones y has pensado mejor las tonterías esas que me escribiste la última vez —dijo el duque alzando la voz—. Por cierto, que doña Elena alabó el soneto que dice que le envié después de nuestro último encuentro. ¿Guardas copia de lo que escribes? Me gustaría echarle un vistazo, por hacerme una idea.

—Siempre mando copia a su excelencia, seguro que está en palacio. Pero señor —suplicó Lope cambiando de tono mientras conducía al duque hasta la sala de invitados—, no eche mis ruegos en saco roto.

Cabrera se quedó en el zaguán y se repantigó en la banca de madera como si supiera que la visita iba para largo.

—Obedezco órdenes de mi confesor —se disculpó Lope bajando aún más la voz—. Por dos veces se ha negado a oírme en confesión si reincidía en servir a su excelencia como me pide, y mire que no es bueno que un sacerdote viva en pecado.



Download



Copyright Disclaimer:
This site does not store any files on its server. We only index and link to content provided by other sites. Please contact the content providers to delete copyright contents if any and email us, we'll remove relevant links or contents immediately.